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22 de Diciembre, 2011 · Cultura

Ezequiel (profeta)


Ezequiel fue un sacerdote y profeta hebreo exiliado a Babilonia que ejerció su ministerio desde el 595 - 570 A.C. durante el cautiverio de Israel en Babilonia y a diferencia de otros profetas, tuvo importantes revelaciones en forma de visiones simbólicas de parte de Yahvé.

Ezequiel se caracteriza por las descripciones detalladas de las visiones que le fueron mostradas. Su primera visión acerca de un vehículo celestial en Ezequiel 1:4-28 han sido intepretadas en varios estudios sobre ufología.

Sus profecías avisaron de la destrucción inminente de Jerusalén. También fue uno de los oráculos sobre la condenación de las naciones extranjeras y de la restauración de Israel. Su nombre Ezequiel (hebreo: Yejez·qé'l) significa Dios

Ezequiel, vivió en el mismo tiempo del profeta Jeremías, Daniel y Esdras, estaba casado (Ez:24:18), era hijo de Buzí, de linaje sacerdotal, fue llevado cautivo a Babilonia junto con el rey Jeconías (Joaquim) de Judá (597 a. C.) e internado en tierra caldea, en el actual Tel-Abib a orillas del río Cobar o Queb-ar. Cinco años después, a los treinta de su edad (cf. 1, 1), Dios lo llamó al cargo de profeta, que ejerció entre los desterrados durante 22 años, es decir, hasta el año 570 a. C.

A pesar de las calamidades del destierro, los cautivos no dejaban de abrigar falsas esperanzas, creyendo que el cautiverio terminaría pronto y que Dios no permitiría la destrucción de su Templo y de la Ciudad Santa (véase Jer. 7, 4 y nota), eventos que ya habían sucedido.

Había, además, falsos profetas que engañaban al pueblo prometiéndole en un futuro cercano el retorno al país de sus padres. Tanto mayor fue el desengaño de los infelices cuando llegó la noticia de la caída de Jerusalén y la destrucción del Templo. No pocos perdieron la fe y se entregaron a la desesperación.

La labor del Profeta Ezequiel consistió principalmente en ejercer la amonestación y el arrepentimiento, combatir la idolatría, la corrupción por las malas costumbres, y las ideas erróneas acerca del pronto regreso a Jerusalén. Para consolarlos pinta el Profeta, con los más vivos y bellos colores, las esperanzas de la salud mesiánica.

Divídese el libro en un Prólogo, que relata el llamamiento del profeta (caps. 1-3), y tres partes principales. La primera (caps. 4-24) comprende las profecías acerca de la ruina de Jerusalén; la segunda (caps. 25-32), el castigo de los pueblos enemigos de Judá; la tercera (caps. 33-48), la restauración.

"Es notable la última sección del profeta (40-48) en que nos describe en forma verdaderamente geométrica la restauración de Israel después del cautiverio: el Templo, la ciudad, sus arrabales y la tierra toda de Palestina repartida por igual entre las doce tribus" (Nácar-Colunga).

Las profecías de Ezequiel descuellan por la riqueza de alegorías, imágenes y acciones simbólicas de tal manera, que S. Jerónimo las llama "mar de la palabra divina" y "laberinto de los secretos de Dios".


Israel está en pie de guerra y el Señor ha puesto al profeta como centinela para dar la voz de alarma ante el peligro.

Ezequiel carga con la responsabilidad del pueblo entero. Ningún profeta siente una necesidad tan imperiosa de entregarse al examen detenido de ciertos problemas y de poner en claro todas sus implicaciones; en una palabra, Ezequiel es no sólo profeta sino también teólogo.

Es significativa la forma como Ezequiel recibe en el momento de su vocación el mensaje que ha de transmitir: una mano le alarga el libro con lo que debe predicar (2, 1-3, 15).

Con su palabra y con su silencio, Ezequiel fue el acusador de Israel rebelde. Todo pueblo tiene en su historia un pecado continuo, pero lo interesante es la idea que este profeta tiene del pecado. Pecado es la ofensa a la santidad de Dios y la transgresión de un orden sagrado, o de unas órdenes sagradas. Degollar a un inocente, es indigno para Ezequiel, sobre todo por la profanación del templo que ello ocasiona (Ez 23,39). Se explica así, la responsabilidad enorme que recae sobre los sacerdotes, guardianes del templo (Ez 22,26). Para el hebreo había lo puro y lo impuro y Yahvéh era quien definía la esfera de lo santo a lo puro, lo impuro y profano (Ez 8, 6-17). El problema era saber por dónde corría o cuál era la relación de Israel con su Dios. Porque el Pueblo de Dios iba o debía ir siempre en marcha, y Yahvé con él alumbrándole el camino.

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publicado por melendez55 a las 18:17 · Sin comentarios ·  Recomendar
 
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